viernes, 27 de julio de 2007

SE METIÓ EL RÍO EN EL BAJO


En el año 96, si no recuerdo mal, mes de agosto, mi esposa junto a las niñas, Yohannel y Yohannis, estaban asustadas, pues se comentó durante todo el día que las cabeceras del San Juan estaban en su punto máximo y se temía que la marea subiera.


Era el comentario de los más mayores, quienes conociendo las bondades del río, también conocían las barbaries que podía cometer, cuando se encontraba frontalmente con la marea, que como dato curioso y fenómeno climático, llega hasta Caripito, considerando que el Atlántico está casi a ocho horas de navegación río abajo.


Mi esposa me había hecho el comentario por teléfono de que la Red de Emergencia del Estado, anunciaba a través de Radio Dimensión que las fuertes lluvias en Caripe podían provocar cierta alarma en su paso por Caripito. Así que dejé mi Oficina en el Centro Médico de Maturín, en ese tiempo trabajaba para una organización médica en la capital de Monagas.


Nuestra casa estaba preparada para cualquier inclemencia pensaba yo. Pues en su remodelación, cuando la compré a la familia Robles, le había subido el piso cerca de ochenta centímetros, precisamente pensando que algún día llegaría este momento. Pero la forma repentina en que estaban subiendo los centímetros de agua en las proximidades del cruce de la Boyacá con Guaicaipuro. Asustaban a cualquiera.


Hasta ahí, pudo dejarme mi amigo Wolfganf, mentira fresca, que se dedicaba al transporte de pasajeros vía Maturín. Pues el agua ya comenzaba a subir por las alcantarillas, frente a la familia de Habib Mauchata, la licorería de Carlos Gaspar y el Supermercado de Romualdo Alcides Hernández. Ya la casa del Dr. Diógenes Alfonso, estaba anegada sobre los veinte centímetros, lo mismo que los fondos de Rosalina Torres y de mi amigo Martín Pérez.


Por su parte Boliche con su inseparable crucigrama en mano, me recomendaba prepararme, porque esta fiesta recién comienza paisano – me decía.


Me saqué mis zapatos tipo mocasín y con pantalones a la rodilla logré llegar a mi casa, frente al taller de Los Hermanos Rodríguez; para ese tiempo Otto era el único que laboraba, pues Appa había logrado ingresar al tecnológico de Caripito en calidad de contratado.


Manos a la obra. Cada quien en su reducto tratando de salvar sus pertenencias. Ya Pedro Ortega, había adelantado algo, pero su casa estaba más cerca del río, así que dejó medio encaminadas las acciones a seguir en casa de sus nietas.


Yohannel con sus pocos añitos lo único que podía hacer era cuidar de Nany, que para ese entonces no llegaba a los cinco añitos. En el segundo piso, había un cuarto que fue transformado en Cuartel General, y comenzamos a subir corotos, muebles, ropas, enseres del hogar, comida, agua, pan y refrescos De verdad ignorábamos cuanto duraría esta crecida.


Las neveras, y las cosas de mayor peso, logramos ubicarla en el mesón de la cocina, donde habíamos levantado unas improvisadas tarimas con unos caballetes de hierro que nos facilitaron Zelandia y Damelys Apíscope, mis vecinas.


Mis libros, gritaba Ortega; y yo empeñado en la computadora y en mis escritos; más bien en un baúl con papelitos: recortes de prensa, servilletas; un cerro de cartas y postales, además de mi bien cuidada colección de billetes del mundo. Y las estampillas que mensualmente recibía desde España como miembro de una organización de filatélicos del mundo hispano.


Unos meses atrás junto a Carlos Gaspar y Fernando Ereño –hijo– habíamos inventado un gallinero con esos pollitos que vendían en las calles de Caripito.


Una tarde a fin de aliviar la carga del humilde vendedor, le compramos toda su mercancía: como cien pollitos de colores. Al segundo día, habían muerto una docena. Pero mi amigo y hermano Boliche, recomendó unas sugerencias, para salvar nuestra cría plumífera. Así que con bombillos preparamos mejor el albergue y de verdad nos resultó, porque se nos habían salvado algunos sesenta. Claro, salvados entre comillas, porque con la crecida del río la suma se bajó hasta los treinta.


El agua no sólo había subido varias decenas de centímetros, sino que entraba por la ventana, es decir, sobre el metro veinte de altura. Y las tomas de corriente estaban bajo el nivel del agua. Me asusté. Hasta aquí llegamos.


Dije a Yohannis, que ya no podíamos hacer nada. Solo esperar. Lo más curioso y aún no entiendo, la luz que casi siempre es un gran problema con sus continuos apagones, esta vez estaba al servicio de todos nosotros. La lluvia había cesado hacía rato.


Ya estábamos hablando de las diez de la noche. Muy pronto sería media noche en punto. Y el silencio no reinaba.


Al contrario podíamos divisar en Caripito Arriba a mucha gente atenta a la suerte qué corrían los pobladores de El Bajo.


El Banco de Venezuela, mi lugar de trabajo, a pesar de su altura sobre el nivel de la carretera, también estaba con medio metro de agua adentro y la alarma que no paraba de sonar.


José Fuentes y sus hijos, habían contratado los servicios de un lanchero, que socorría a los anegados, y pudo realizar un trabajo fotográfico para la prensa de Monagas, en la Verdad Impresa. Paseaba mientras realizaba sus labores, mirando las calamidades de sus coterráneos, también llevaba mensajes tranquilizadores; pasada la media noche la marea comenzaría a bajar.


Así que propuse un trato: dormirnos para acopiar fuerza, pues la cosa sería fuerte mañana.


Estábamos a tres metros de altura, era imposible que el caudal subiera tanto. La gritería de cochinos, los pollos, los ladridos de los perros en los tejados de las casas, hicieron imposible un sueño. No obstante, el cansancio nos venció y pudimos dormir un rato, quizás a las tres de la mañana.


El sol matinal que calienta desde su salida, dejaba ante nuestros ojos el panorama desolador del desastre. El agua se había retirado a su cauce normal y en su lugar había cerros de lodo mal oliente y el terreno de la Logia, se había convertido en un cementerio de desperdicios, colchones, animales muertos, sin dejar de mencionar la cantidad de mis pollos que aumentaban el putrefacto olor.


Juan Coraspe y mi comadre Aracelys fueron a buscar a mis hijas. Por ahí aparecieron algunos amigos y comenzamos la dura faena de romper paredes para sacar el lodo, y manguera en mano comenzar a desinfectar paredes, pisos, puertas y ventanas. Los muebles que no alcanzamos a rescatar, estaban enterrados en el barro.


El cuerpo de bomberos se portó a la altura, lo mismo que las cuadrillas de obreros que asignó la Alcaldía. Camiones recolectores de basura, hicieron varios viajes con desperdicios.


Queridos Hermanos de las logias vecinas, "Antonio José de Sucre" de Quiriquire y "Quijada Gamboa" de Maturín se sumaban a Fraternidad Humana, para colaborar con alimentos, colchonetas y ropa para los damnificados.


Una vez más se ponía de manifiesto el sentido de solidaridad tan propio de los habitantes de Caripito, Hombro con hombro, no importaba el color del partido ni las diferencias de puntos de vista. Cada quien sintiendo el dolor ajeno, como propio, la empatía era amplia. Colaborando y siempre con la sonrisa a flor de labios, hombres y mujeres, le decían a la naturaleza que ante las calamidades Caripito no se rinde. Al contrario se agiganta, se une levantando esa bandera de sentimiento y entrega mancomunada. Haciendo nuestro el norte bendito de: “Caripito Somos Todos".


En memoriam:Zelandia Apiscope

1 comentario:

luis hernandez dijo...

Nelson Urra "El Chileno" ...te envio un saludo y gran abrazo desde Puerto Ordaz, tu paisano Luis Hernandez, hijo de Herman Hernandez y amigo de "Cuchi"...........